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Lugares de tránsito

Francisca Flores

El equipaje olvidado en una ciudad de paso se ha convertido en un problema para los aeropuertos. Los remates de maletas y mochilas han alcanzado un gran éxito de venta, logrando similar audiencia a la convocada por las ventas de bodega ¿Qué lleva a un sujeto a comprar un equipaje del cual sólo puede conocer su exterior? La maleta como enigma probablemente despierta una inquietud en el que alguna vez estuvo del otro lado, como viajero. Una desquiciada aventura por adquirir y ser parte del misterio que llevó a este ser en tránsito a olvidar a su fiel compañera de viaje. Los recuerdos alojados en materialidades pasan a ser parte de este juego, como introducirse un poco en la vida del otro, de un ser que probablemente nunca conoceremos. Olvido que puede parecer casual, quizás por el apremio del próximo vuelo, o de un personaje con una capacidad de desvinculación envidiable. Al pasar de tres meses si nadie reclama un equipaje pasan inmediatamente a remate, las bodegas de LAN se encargan de la custodia y la municipalidad de Pudahuel de subastastarlas cada cuatro meses.

Los espacios de tránsito estimulan la divagación del pensamiento, los sujetos que viajan con la mirada puesta en un punto fijo, con un libro en mano o con música en sus oídos, se abren al recibimiento de los pensamientos que surgen en el instante. El misterio y las emociones rondan en estos espacios de nadie, de continuo movimiento, de un ir y venir de sujetos solitarios, ensimismados en su propio viaje, en un viaje interno hacia emociones desconocidas, en dirección hacia lugares de pertenencia como nuestros pensamientos.

Me acuerdo de una crónica del escritor Alberto Fuguet para la revista el Sábado de El Mercurio (antes de que su circulación pasara a ser sólo para suscriptores) en la que contaba la historia de un alemán que se había suicidado en el Holiday Inn, hotel ubicado frente al aeropuerto de Santiago. El alemán primero se había cortado las venas y, al parecer, como no obtuvo un resultado inmediato, no halló nada mejor que tirarse del quinto piso, escogiendo para su muerte un territorio desconocido, que podría facilitar, estimular o acelerar quizás, un final que posiblemente ya estaba planeado.

En la escuela en que estudiaba fotografía, un semestre escogí como tema «el viaje». Para ello visité todas las estaciones del metro tren hasta San Fernando. Los primeros recorridos fueron solo de observación. Luego, con cámara en mano y siempre con sigilo para no despertar la inquietud del cortador de boletos, comencé con el trabajo. Visité además el aeropuerto, recuerdo quedarme largo rato contemplando el despegar de los aviones, era extraño observar las despedidas o bienvenidas que sucedían frente a mí, entre novios y familiares. Muchas veces me lograba conectar con las emociones de los otros y con las lágrimas de los que partían; eso era en parte lo que quería rescatar fotográficamente, pero también, el vacío alojado en los que quedaban.